Escribieron en una hoja la vida que querían. No importaba si el mundo terminaba, ellos querían morir con su fantasía
de haber vivido mucho más. Cada uno relató una historia. Nadie nunca iba a saber que decía en cada papel, ni ellos iban a saber que decía el del otro. Apenas terminaron, se miraron y juntos quemaron su historia en una vela, en la única vela que iluminaba ese cuarto. Se tomaron de las manos, apoyaron sus frentes y se miraron durante casi un minuto, un minuto casi eterno. Para ambos, ese momento significaba todo. Juntos soplaron la vela, haciendo volar por el cuarto la ceniza y los restos de aquellos papeles. Se dieron un beso suave y se acostaron juntos. Entre algunas lágrimas, él la enredó con su cuerpo y la acarició hasta dormir.
Todo se volvió nada. Todo terminó. Pero ellos durmieron eternamente con esa vida en su cabeza. Por más que hayan
muerto en ese instante, todo lo que habían imaginado, era realmente para ellos su final.